El dulce engaño

Álex Ramírez-Arballo
5 min readApr 8, 2022

La estrategia del demagogo es simple: dirá las mentiras que tú quieres escuchar, las que más te ayuden a calmar tu ansiedad. Va a “hackear” tu sistema nervioso central y va a hacerte producir endorfinas, de este modo te convertirás en un usuario más de sus mentiras. Ciertamente asociamos la palabra demagogo a alguno de los actores del poder, pero la verdad es que la mentira como instrumento de manipulación puede ser utilizada por cualquiera de nosotros en cualquier área de la actividad humana. Pero volvamos al punto, el demagogo va a manipularte dulcemente para tomar el control de tus propias decisiones; no es exagerado afirmar que usurpará tu voluntad y te hará rehén de sus propios caprichos. ¿Qué cosas te dirá? No puedo saberlo exactamente, pero sé con un cien por ciento de certeza que lo que sea que te diga tendrá un solo objetivo: quitarte de encima cualquier responsabilidad.

Esto no opera de manera explícita, más bien es consecuencia de una estrategia de seducción paulatina. Finalmente terminarás por aceptar, y esta palabra es clave, una realidad que no es producto de tus reflexiones críticas sino de la inoculación ideológica de un manipulador profesional. Tu subyugación ha sido emocional y ahora crees comprender tu pasado a la luz de este nuevo marco de referencias que has aceptado y en el cual tú eres la víctima. La vida se ha reducido para ti a un juego de mesa en el que fuerzas oscuras y mayormente impersonales (estructurales les dicen hoy en día) confabulan en tu contra; así que el demagogo, que se ha encargado de “abrirte los ojos”, además de tu dominador ha de ser para ti una especie de héroe al que nunca podrás agradecerle lo suficiente por tu liberación. Has dejado de cuestionar el mundo y cualquier conminación a ello se te ha de presentar como un ataque; por eso es por lo que habrás de dar la espalda a tus viejos amigos, a tu familia, a la gente de toda la vida. Simplemente ellos no comprenden lo que tú ahora ves con toda nitidez. Ellos son unos tontos y tú no.

El demagogo delinea el perfil de tus enemigos, pero no te da los instrumentos para vencerlos. Es natural que sea así, no puede derrotarse a un enemigo gaseoso, a un hombre de paja que le conviene a él que siga existiendo para ejercer sobre ti los mecanismos de su retorcida manipulación. A ti no te quedará más que la venganza íntima del resentimiento; poco a poco te irás llenando de esa ponzoña almibarada con la que habrás de entretenerte noche a noche fantaseando con imposibles y ridículas venganzas. Tu espíritu se alimenta de carne podrida. Te encuentras atrapado en un ciclo de sumisión y desesperación absolutos, así que es muy poco probable que puedas abandonar la prisión a la que te has introducido por voluntad propia. Esa herida abierta se ha convertido en el sentido de tu vida. Alguien debe pagar por todo lo que te pasa, por tus fallas y tropiezos, por tus carencias y debilidades, por tus renuncias y traiciones. Tú no eres culpable de nada, escucharás la voz de tu amo nuevamente, y así encontrarás un alivio momentáneo entre tanta confusión y desesperanza. No estás solo, hay otros como tú, los has encontrado en internet y con ellos has establecido una relación de codependencia solidaria: se nutren todos de un mismo pus como los pájaros carroñeros devorando un mismo cadáver.

Todo esto que voy contando es una descripción puntual de la tragedia que millones de personas experimentan en carne propia en esta era nuestra de propaganda incesante. Una persona que ha sido mordida por la serpiente ideológica es alguien que ha sido condenado a ser devorado una y otra vez por esa bestia de siete cabezas que es el miedo, además, su talento será destruido, condenado a ser ceniza y poco más. Todo un proyecto de vida terminará en el polvo porque las fuerzas de la manipulación han invadido un organismo sano para parasitarlo, porque eso es lo que hace el demagogo, nutrirse con la sustancia vital de sus víctimas. A esta no le queda más que permanecer hasta el último de los días habitando esta burbuja de enfermedad que comparte con los otros infectados. Son prófugos del mundo. Han aceptado un modelo a escala de la realidad y han decidido habitarlo para siempre. Lo repetiré cuantas veces sea necesario, es una tragedia en toda regla.

¿Por qué sucede esto con tanta facilidad? Creo que tengo una respuesta: porque el ser humano no quiere asumir su deber de creador perpetuo del porvenir. Es más fácil inventar un relato que le permita justificar su inmovilidad y su cobardía; quienes defendemos la libertad de una manera radical no podemos dejar de denunciar este mecanismo de intoxicación que tantas vidas individuales nos cuesta y tanto progreso común ha destruido. Un hombre libre no puede renunciar a sus poderes ni aceptar la imposición determinista de un destino. Un hombre libre es esencialmente un ser realista que reconoce sus debilidades, sus problemas e incapacidades, sus miedos y circunstancias adversas, pero no por eso renuncia a seguir luchando por abrirse paso dignamente en la vida. Un hombre libre es un ser adulto que no acepta la píldora azucarada que lo duerma para no tener que contemplarse a sí mismo en el espejo implacable de los hechos cotidianos. Un hombre libre cree en el trabajo y en valor de su voluntad para modificar la realidad, pero no se asume como un Prometeo heroico sino como un miembro más de la familia humana; ser libre es ser libre para algo y ciertamente para alguien. Un hombre libre es valiente, aunque no temerario, cree en la razón y en la planeación, en la tradición y el aprendizaje, en el progreso constante de la humanidad. No me cuesta ningún trabajo afirmar aquí a modo de conclusión que ser libre es sobre todo trabajar para el futuro en un acto de generosidad sin límite. Mientras los enfermos y cobardes se cierran sobre sí mismos, los que apuestan por la libertad se abren, se expanden y alcanzan de este modo el más alto grado de evolución humana: la trascendencia.

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