Los enemigos del progreso

Álex Ramírez-Arballo
4 min readJun 24, 2022

Vivimos tiempos muy raros, tiempos en los que aquello que debería ser evidente no lo es. Sucede entonces que muchas personas le llaman a lo negro blanco y viceversa; las nociones de verdad se diluyen en un mar de confusión que no tiene nada de gracioso. Las consecuencias de este reblandecimiento epistemológico se pueden percibir prácticamente en todas partes, sobre todo en las urnas. Por eso es por lo que los demagogos demenciales tienen hoy las puertas abiertas al poder, desde donde destruirán todo lo que puedan. Hace apenas algunos años esto hubiera sido imposible: nos hubiéramos reído como si fueran (porque lo son) el loco del pueblo. Contra estos demonios nos toca luchar hoy.

Por años la humanidad ha buscado organizarse de muchas formas, casi siempre desde el poder, que es el motor que suele organizar la danza de la historia. Desde el momento luminoso de la Ilustración, las sociedades encontraron una vía totalizadora y perfecta que condensó en un ideal de progreso constante al amparo de un sistema político liberal y democrático que ha permitido logros sin precedentes en cuanto a las libertades personales, el avance tecnológico y científico; acaso lo más relevante sea la construcción de un sistema de tráfico de productos, servicios y palabras a lo largo y ancho del planeta. La globalización es la incuestionable meta de los siglos, el destino natural y deseado de todos los hombres.

Sin embargo, ahí afuera ahora mismo pululan unos seres oscuros empecinados en devastarlo todo, luchando absurdamente contra el desarrollo que hemos conocido a partir de esta forma de organización social. Son los enemigos del progreso. Buscan desmontar un mundo que no les gusta por una sencilla razón, son espíritus provincianos, seres telúricos que sienten el vértigo de un mundo que se ha vuelto ancho y propio, un mundo que ha multiplicado las oportunidades para todo aquel que quiera tomarlas y que, como es natural, supone un reto existencial que no todos están dispuestos a asumir.

¿Dónde se encuentra esta clase de criaturas retrógradas? Están en todas partes. El presidente de México es uno de ellos, por ejemplo. Son seres nostálgicos que huyen hacia el pasado aplastados por el peso de un mundo que desconocen porque han decidido no conocer. Descreen de la técnica y suponen misteriosamente que bastan y sobran las buenas intenciones para resolver los problemas. No tienen sensibilidad estética y suponen que todo esteta es un ser frívolo y soberbio que busca despreciar a los demás. No leen o leen un millón de veces las páginas de su catecismo. Se aferran al clavo ardiente de un nacionalismo caduco que movería simplemente a risa si no implicara enormes riesgos para la estabilidad planetaria. No creen en la razón sino en sus pasiones fideistas; son hombres infectados por el virus de una fe destructiva y rencorosa. Sostiene la estupidez de que todo tiempo pasado fue mejor y que ahora mismo estamos contemplando la decadencia de la civilización. Son luditas, es decir, creen que las máquinas son nuestras enemigas y que hay que destruirlas antes de que ellas nos destruyan a nosotros. Creen que hay algo esencial llamado “el alma de los pueblos”; por eso es que devienen en sátrapas colectivistas que revocan siempre y sin previo aviso los derechos individuales de los ciudadanos. Creen que el lucro es una palabra terrible que refiere a la ambición desmedida de unos pocos dispuestos a todo con tal de “chupar la sangre” de sus compatriotas; son herederos, pues, de las sectas protocristianas que asumían la vida como una maldición material de la que solo se podía escapar tras una serie de renuncias y restricciones autoimpuestas. Son esencialmente seres sectarios que no toleran la disidencia y que llevan la mano al garrote a la menor provocación para castigar a quienes no estén dispuestos a aceptar su fe.

Contra estos gorilas es que luchamos hoy en día. Están por todas partes y se comunican a través de los medios de comunicación global que hoy tenemos a mano y complotan para socavar los pilares de nuestras instituciones. Les molesta la ley y la organización eficiente. Detestan a quienes perseguimos la excelencia y asumen, como los fanáticos que son, que se encuentran ahora mismo librando una cruzada. Su milenarismo extremista los vuelve mucho más peligrosos. Hablemos claro y digamos sus nombres y apellidos, combatamos con las herramientas de la razón, la evidencia concreta y el esfuerzo innovador su veneno. Que, como dijera Octavio Paz, sea la crítica sustentada el “insecticida” contra esta plaga que hoy nos asalta.

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