¿Qué quiere esta gente?

Álex Ramírez-Arballo
3 min readMay 20, 2022

A veces siento que me hago viejo a una velocidad de escándalo, como si día a día (cuando no hora a hora) me fuera convirtiendo en una disposición estatuaria, perdiendo movilidad y voz, cada vez más remedo de lo humano y cada vez menos presencia vital. Acepto esto, pero me impresiona la velocidad a la que los seres humanos nos vamos convirtiendo en piezas de descarte. Tengo que decirlo. Al paso que va, mañana o pasado aquí no quedará nadie. A lo mejor estamos en los prolegómenos del mundo de lo no-humano, un mundo atroz en el que no habrá sino inteligencia pura, una inteligencia efectiva e instrumental despojada de toda pasión sensual. Dios guarde la hora.

Digo todas estas cosas porque me preocupa, no porque quiera andar por ahí embistiendo a bastonazos a nadie, sobre todo a los más jóvenes. Percibo más que nada un desinterés común por el futuro, como si no estuviera en nuestras manos crearlo; ha ocurrido una derrota teleológica, la aniquilación del porvenir en nombre de la ocupación permanente del instante presente. Las nuevas generaciones ya no tienen manos, han renunciado a ellas. Digo que no las tienen pensando en Heidegger, quien veía esta prodigiosa parte de la anatomía humana como la extensión anatómica del pensamiento; no se nos olvide que con las manos no solo construimos el mundo, sino que además lo sentimos, lo cual es esencial para ser plenamente personas. Pues bien, la actual generación está constituida por seres mutilados que dándole la espalda al trabajo se concentran en el juego como destino personal y generacional. La gamificación de las relaciones interpersonales se encuentra a la orden del día. Apenas ayer o antier me enteré de la existencia de ancianos gamers que stremean sus videojuegos. No sé si sean jubilados que se aburren o qué diablos, pero ahí se la pasan todo el día, como sus nietos (o bisnietos), con el control en la mano y hablando sandeces a través de un micrófono que reproduce el espanto a la velocidad de la luz. Muy triste todo.

El mundo offline en el que yo crecía suponía sobre todo un plan de vida. Uno se educaba para la vida y se suponía que debía construir un plan que incluía estudiar porfiadamente, construir una familia, crear un legado, compartir con los demás, tener amigos y pensar en aportar siempre lo mejor para que el mundo del mañana, que es lo que a mí me importa más que nada, fuera mejor. Hoy todo eso se acabó porque la interacción humana es esencialmente virtual, marcada por el esparcimiento y la intrascendencia.

El futuro ha muerto y yo pienso que tal vez sea esa la causa de que los más jóvenes volteen al pasado buscando chatarra para reciclar. Todo es una vuelta a los pasajes más siniestros de nuestra historia, parece; si no, no sé cómo explicarme la popularidad de la basura marxista/fascista en el “ecosistema virtual”. Esto es particularmente trágico, pero lo he visto con mis propios ojos: muchachos que apenas están comenzando a vivir y que idolatran sátrapas que no merecen sino el olvido. Pero esto trasciende lo privado e impacta en lo público porque esos muchachos, hipnotizados por los fulgores innobles de dichos monstruos, van a las urnas y validan su locura exhumando momias de la política que deberían permanecer en sus sepulcros ya para siempre. No me lo explico y qué quieren que haga, me siento a ver todas estas cosas, esta falta de pasión por el porvenir, la democracia, el libre mercado, la movilidad planetaria, la cultura global, en suma, la libertad, y cuánto desearía que este nudo que ahora mismo siento en la garganta lo sintiera ya en el cuello.

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