Tiempos de caos

Álex Ramírez-Arballo
3 min readMay 6, 2022

Hay un rasgo característico de nuestro tiempo y que me tiene absorbido: la velocidad. Es evidente en sí mismo que nuestra vida ha entrado en un proceso de aceleración constante cada vez más insoportable; apenas estamos haciendo algo hoy cuando llega el mañana para contarnos al oído que todo eso en lo que hemos estado trabajando no tiene ya ninguna utilidad. Entonces nos tenemos que poner a trabajar de nuevo en algo, lo que sea, porque ese tiempo del que vengo hablando es un amo cruel, un auténtico verdugo. Acabo de releer lo escrito y me pregunto si no estaré exagerando. En fin, tú, lector amigo, si estás de acuerdo, o no, házmelo saber, que necesito urgentemente una respuesta.

Durante años he intentado contrarrestar estas perniciosas influencias cronológicas. He tratado de quitar el pie del acelerador empequeñeciendo la lista de cosas por hacer durante la jornada, pero he fracasado; sucede que pensaba que yo era el dueño absoluto de mi tiempo, pero no es así. No soy yo quien determina lo que debo realizar día con día, es siempre algo o alguien más, seres anónimos y fuerzas inasibles que parecen confabular para cargarme siempre la mochila hasta el límite de mis propias fuerzas. Claro está que cuando me di cuenta de eso me aterroricé enormemente y pensé, como no podría ser de otra manera, en rebelarme contra todo aquello. Fracasé. Muy pronto me di cuenta de que aquello no iba a ninguna parte: la inercia existencial de mi tiempo es a todas luces, a menos que alguien me demuestre lo contrario, incontestable. Sé bien que más de alguno pensará al leer estas notas que soy un tarado y que basta con que haga cambios profundos de vida para que consiga la ya largamente anhelada liberación y tal y cual, pero no es así. ¿Qué me recomienda, que me vaya a vivir al monte en una caverna y pase el resto de mis días contemplando con enfado los ciclos de la naturaleza mientras intento espantarme las moscas? Ni caso.

Hay algo más, una consecuencia de esta barahúnda que nos rodea. Me refiero al caos de la información, al flujo masivo de datos, a la sobreproducción de signos que se agolpan contra las puertas de nuestra conciencia como esos cientos de cartas y paquetes que se amontonarían por fuera de la casa de alguien que se ha ido a un largo viaje. ¿Qué hacer con todas esas referencias? ¿Ignorarlas, intentar organizarlas, escapar de ellas como quien es atacado por un enjambre de furiosas avispas? ¿Necesitamos de verdad saberlo todo para poder tomar las mejores decisiones? ¿Puede llamarse vida digna esta que consiste en transitar de la cuna a la sepultura acogotados por las tenazas de la angustia? No lo tengo nada claro, la verdad, pero sé que cualquiera que sea la solución, si acaso la hay, no ha de pasar por convertirse en un monje meditativo que escapa del mundo para no ver de frente el humo de sus ruinas. Hacernos trampas a nosotros mismos mientras jugamos al solitario no ha sido nunca una buena idea.

--

--